Dicen que muchas veces ganas más cuando pierdes, no sé a ciencia cierta si eso es verdad, lo que si sé por experiencia propia es que lo que no te mata te hace más fuerte.
Esta historia no es mía, pero todos, en algún momento hemos pasado por algo similar. La clave está en cómo lo vivimos.
Le diste tu vida entera y con ella le entregaste el alma y el corazón, mismos que él tomó sin dudar, haciendo la promesa de cuidarlos, sin saber que no podría cumplir y te los regresó.
Sin esperarlo, de pronto te encontraste con las manos llenas de alma y sentimientos destrozados, con un corazón roto y la vida hecha pedazos. Tú le habías entregado todo, era tu soporte, tu seguridad, lo que creías que era tu alegría. Sin aviso, ese castillo que habías construido, como se van los sueños al despertar, se fue, llevándose todo, dejando solamente tu piel como un caparazón vacío e inservible que acaba de ser abandonado por su pequeño habitante.
Todo se había convertido en polvo, tan fino que apenas era posible contenerlo en las manos, tratabas de sostenerte, pero era imposible ante el reto de mantener eso que creías era lo único que te quedaba o soltarlo para aferrarte a lo que fuera y volver a empezar. Ya solo era polvo, igual que tierra, arena o sal, pero decidiste no soltarlo, aunque poco a poco, lo que en algún momento fue tu todo, se iba entre tus dedos hasta llegar a nada. Tratando de no soltar aquellas ligeras migajas, que se fueron haciendo más y más pesadas acabaste arrodillada, derrotada por tu propia vida, en tu propia historia, derrotada por ti.
Sigues buscando ese polvo que aun crees puedes encontrar,
La esperanza se aleja más cada día, las posibilidades están ahí arriba, pero se van haciendo menos y no las ves porque sigues hincada mirando hacia abajo, con las manos sucias y lastimadas como si el suelo fuera lo último que vas tocar, como si tuvieras miedo a levantarte solo porque puedes volver a caer, entonces decidiste seguir arrodillada, con la cabeza abajo, tanto que te pesa igual o tal vez aún más de lo que te pesa lo perdido.
Es hora de levantar la mirada, ponerte de pie, usar las últimas lagrimas para enjuagarte la tierra de las manos, dejar atrás todo el dolor, las preguntas sin respuesta y aquellos pensamientos que sientes como miles de navajas que se te clavan dolorosamente por todo el cuerpo y aferrarte a lo que ganaste por haber perdido.
Un corazón roto no dura para siempre a menos que esa sea nuestra decisión.