El pasado viernes se vivió en la Ciudad de México una manifestación en contra de la violencia hacia las mujeres. Ésta fue consecuencia de la primera protesta que se diera el día 12 de agosto, afuera de las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Ciudadana y de la PGJ, después de que las denuncias de al menos tres adolescentes por violación en contra de policías cayeran prácticamente en oídos sordos por parte de las autoridades. Además de algunas pintas y vidrios rotos, al mismo secretario le cayó brillantina rosa en la cabeza. Las autoridades de la ciudad tomaron este movimiento como una “provocación”.
Por supuesto, el viernes los ánimos estaban más caldeados. Hubo además de pancartas y consignas, más vidrios, destrozos y pintas en el Ángel de la Independencia y otros edificios que terminaron grafiteados al paso de las manifestantes.
Confieso que en un principio me indignó ver las imágenes del violentado monumento de la época de Porfirio Díaz, además de conocer los videos en los que era evidente la ira de muchas de las participantes a su paso tanto por Insurgentes como por Avenida Reforma.
No obstante, el día de hoy me he dedicado a leer y a escuchar los testimonios de muchas de quienes estuvieron presentes y que han sido testigos de la violencia de género en aumento en esta ciudad. Y entonces me pregunté: ¿Cuántas veces he tenido yo misma que salir vestida de una forma en la que quizá no lo habría hecho de no ser por pensar que en el camino al trabajo alguien podría voltear a verme de una manera desagradable? ¿Cuántos comentarios no he recibido por el escote (amplio o no) de mi blusa, por lo largo (o corto) de mi falda, por la altura de mis tacones, por el color de mi lipstick, por verme demasiado arreglada en un día laboral [“Pues, ¿a dónde vas a ir?”] o justamente por lo contrario [“Así no vas a salir ni en kermés”]? Es decir, las mujeres tenemos estar pendientes de cómo nos vemos, qué palabras utilizamos, qué decimos, qué tan fuerte nos reímos, con quién nos juntamos, a qué hora salimos y cómo, so pena de ser culpadas por cualquier abuso ya sea verbal o físico que podamos padecer [“Claro, es tu culpa por darle alas, por reírte tanto, por sentarte junto a él”].
Y estamos hartas. La vida diaria no debería ser así. Nuestra personalidad y aspecto no debería acomodarse a lo que quiera el otro, hombre o mujer. No deberíamos salir con miedo, no sólo de la violencia física, sino también de la verbal. Deberíamos poder circular a nuestras anchas, de día, de tarde, de noche, con minifalda, pantalón o como se nos diera la gana, peinadas o sin peinar, sin tener que pensar que por vernos bien podríamos estar incitando a alguien a abusar de nosotras.
#Niunamás es la consigna, es el grito desesperado de tantas mujeres que, cansadas de padecer violencia, exigen que se le ponga fin. Y si estos clamores no son escuchados, ¡que se llene de brillantina toda la ciudad!
#reginatelocuentamejor