Por Sofía Aguilar
Es esa mendiga hoja, que se nos aparece cada vez que comienza un nuevo año.
Es esa lista de posibilidades, enorme y vacía.
Y nomás de pensar en escribir dicha lista de “supuestos–propósitos-concebibles”, nos puede dar un ataque de pánico, pero la presión de hacerlo está ahí… desde lo más profundamente blanco del cuaderno.
No sé en qué consista, pero todo lo que empieza con un número uno, lo que es el lunes, la nueva semanao el nuevo mes – es esperanzador – tanto como es aterrador.
Es el reset para volver a comenzar,
“La semana pasada la regué con esto, me cae que la próxima no la vuelvo a regar…”
(Ajá)
Pero ese “nuevo lunes” nos devuelve el optimismo, el pensar que todo aquello que hicimos pésimo, tendrá chance de mejorar.
Aunque sea un poco.
El nuevo año es eso mismo, pero en inmenso.
Pues nos abre la suma de todas esas semanas – libres en el calendario – donde todo lo que no pudimos lograr en el 2018, podría ser una posibilidad viable en el 2019.
Pero para que algo suceda distinto – es de a fuerzas – hacer algo distinto.
Y eso es lo que es casi imposible.
Somos repetitivos, hasta el cansancio.
Aprendemos a ser quienes somos, y está difícil modificarlo.
Somos necios.
Y sin embargo, la pregunta permanece,
¿Qué voy a hacer diferente?
¿Qué voy a lograr que no he logrado?
Enflacar, dejar de beber, hacer ejercicio… las básicas son las fáciles
¿Cuáles son las de formas?
¿Las profundas?
Las que nos da miedo mencionar.
Yo soy de esas que esperan ese 1º de Enero, para arrancar con una nueva Sofía, aún sabiendo que difícilmente sucederá, y que al llegar febrero, todo quedará en el olvido.
Pero lo que sí hago cada enero – truene o llueva – es escribirle una carta a mi amigo Gerardo, quién vive en Londres desde hace muchos años; y por ende, se pierde de los grandes y pequeños eventos de mi vida.
Dicha carta, con el tiempo he descubierto, es más para mi que para él; pero como me la pide y la espera con ansia, me dan ganas de sentarme a escribirla.
En ella escribo un párrafo por mes: lo que me sucedió con carácter “relevante”, en cada uno de los doce (meses).
Es liberador.
Y también es dejar plasmado todo lo que sucedió,
lo que quiero, y lo que no quiero olvidar.
Ese ejercicio puede ser bastante afortunado, pues hay cosas que nos pasan de noche y al verlas escritas, te das cuenta del peso que tuvieron. Cambios pequeños o cambios grandes,
No importa,
Lo importante es no perder de vista que aunque no lo parezca, constantemente estamos cambiando…
Evolucionando.
Creciendo.
En cada momento,
de cada día,
de los 365 que conforman el año.
Por eso creo que en vez de presionarnos con promesas futuras, mejor es recapitular el año anterior.
Observemos el 2018, para poder elevar nuestrasexpectativas del 2019.
Para ver todo lo que hicimos, vimos y sentimos.
Y proponernos (entonces sí), hacer, ver y sentir todo, pero mucho más.
Todo lo que me movió,
Lo que me descoloco,
Lo que me dio dolor,
Lo que me dio felicidad,
Un viaje o dos,
Un beso o dos,
Una clase de baile,
De yoga,
Un corte de pelo nuevo,
Una llamada de alguien del pasado,
Un abrazo fuerte,
Uno más leve,
La carcajada de mi hijo,
Una promoción en el trabajo,
Un aplauso,
Un saludo,
Un reencuentro,
Un postre,
Una copa de vino,
O dos…
Se valen todos los detalles mínimos que algo nos movieron.
Y sin duda, los eventos rotundos que todo lo modificaron.
Todo eso que le dio a nuestro año, un significado.
Es pensar al revés.
De atrás para adelante.
Es una forma distinta de comenzar el año nuevo.
Es quitarnos la presión de las promesas que se evaporan,
Pero sobre todo es un buen truco,
Para poder enfrentar la mendiga hoja en blanco.